II
“Estaba solo, y, como había muerto, se hallaba incluso más allá de la soledad”, continúa el cuento de El gallo huido de D.H. Lawrence. Cristo baja por la pendiente rocosa y se aleja hacia el lado opuesto de la ciudad alzada a sus espaldas. Anda por un camino que se adorna en sus costados con olivos, anémonas y hierba verde, espesa.
Aquí nos detendremos para considerar qué significado podrían apuntar estos símbolos como apoyos de la historia. Los olivos en dos de sus múltiples acepciones: caridad y protección pacífica; y ambos elementos jugaran en la historia un poco después, cuando Jesús se encuentra con el campesino. Por otro lado, las anémonas aparecen comúnmente como representación del dolor, lo efímero, la enfermedad, la pena, la muerte; aparecen con frecuencia entre las gotas de sangre caídas del cuerpo de Cristo, estos elementos entonces, la mayoría pertenecientes al sufrimiento, recalcan el dolor que el personaje encarna. Asimismo la sangre caída del cuerpo refuerza aquella imagen antes mencionada y grotesca del Cristo sangrante, llevada hacia lo estético a partir de la belleza que de la imagen de una anémona se desprende. El verde de la hierba simboliza la esperanza, el futuro, el azar, lo imprevisto, la mujer en promesa; todas pertenecen a una sensación de incertidumbre de quien se levanta de la muerte y deja “lo atrasado en el pasado”, para abrirse camino hacia aquello que no se sabe. Sin embargo, el símbolo más importante es el de la mujer en promesa, pues esto apunta hacia el erotismo, la unión de dos cuerpos, el amor carnal, obligado en Lawrence, de aquello que vendrá mucho más adelante.
Ya hecho el apuntalamiento de estas pistas importantes que fungen como elementos imprescindibles del cuento, la anécdota sigue y Cristo se percata de lo que lo rodea, de “[…] el mundo natural de la mañana y la tarde, por siempre inmortal, en donde él había muerto.” Y sigue andando aletargado, semiconsciente, como una sombra que pasa haciendo equilibrio sobre la cuerda que divide la vida de la muerte.
Cristo escucha un cacareo y se estremece. Ve a un gallo negro y naranja posado sobre una rama. Mira a un campesino correr entre la hierba persiguiendo al gallo. El hombre pide a Cristo que detenga al animal, a su gallo huido, y él muerto extiende el sudario que lo cubre, como un par de alas. EL gallo cae y el campesino se arroja sobre él para levantarlo, lo alza y lo aprieta contra su costado, bajo el brazo, mientras lo acaricia con la otra mano. Finalmente el campesino reacciona y queda boquiabierto ante la imagen terrible del rostro muerto, los ojos muertos, las cicatrices aterradoras en la frente de Jesús: “No temas —le dijo el hombre envuelto en el sudario—. No estoy muerto. Me bajaron demasiado pronto, así que me he levantado. No obstante, si me descubren, volverán a hacerlo.” Este diálogo es una vuelta, una torsión que transgrede por completo la historia, como historia supuestamente real y también ficticia.
Pues Cristo al negar su muerte se está transformando en un ser humano igual a cualquier otro, un hombre que cobardemente escapa de todo aquello que antes había hecho, de esa mala experiencia que fue un error y la cual no está dispuesto a repetir, no quiere sufrir su propio drama una vez más, entonces huye lleno de miedo: “[…] si me descubren, volverán a hacerlo.”, le dice al campesino. Aquí observamos claramente una gran transgresión propuesta por Lawrence, pues Cristo, además de humano abotagado de miedo, está negando toda su doctrina al aceptar que fue un error por el cual no piensa volver a sufrir; al tener tanto miedo es porque se sabe desprotegido del ser supremo, así niega a su padre y a él como hijo enviado para un fin específico, malogrado; y sin estas bases está negando el cristianismo entero, anula su propia doctrina. Y el redentor, magnánimo, sublime, se convierte en un cobarde, en un fugitivo de él mismo, de lo que él provocó al equivocarse.
Y bajo la lógica de este cuento, ¿no será que quien se apega a dicha religión es cobarde porque quien fue su redentor, la máxima del ejemplo, fue cobarde?, ¿será esto lo que Lawrence, entre líneas, propone en cuanto a los que ateridos de miedo creen en un ser supremo?, ¿pues si el hijo tuvo miedo al saberse desprotegido por el padre, yo, siguiendo su ejemplo, no debo tener también miedo del padre y entonces rendirle todo tributo para no despertar en él la ira? Tal vez preguntas al vuelo, pero todas susceptibles de pensarse ante el reto impuesto por un excelente cuento.
Podemos atisbar ya con mayor claridad el porqué el cuento lleva por título El gallo huido. Ya sabemos que el gallo simboliza la resurrección, que el adjetivo nos muestra la cobardía de quien se levanta de la muerte, y lo sabemos porque Lawrence, con maestría, junta ambos elementos en esa acción donde Jesús ayuda al campesino a atrapar al animal que quiere huir, que es un punto cumbre en el cuento y donde el mesías se muestra como un cobarde que nunca murió, que permaneció vivo como todo este tiempo lo estuvo el gallo.
Y el campesino, lleno de miedo frente a la imagen del muerto (Lawrence lo seguirá llamando así, aunque el mismo Cristo haya negado su muerte), le propone ocultarlo en su casa…
Aquí nos detendremos para considerar qué significado podrían apuntar estos símbolos como apoyos de la historia. Los olivos en dos de sus múltiples acepciones: caridad y protección pacífica; y ambos elementos jugaran en la historia un poco después, cuando Jesús se encuentra con el campesino. Por otro lado, las anémonas aparecen comúnmente como representación del dolor, lo efímero, la enfermedad, la pena, la muerte; aparecen con frecuencia entre las gotas de sangre caídas del cuerpo de Cristo, estos elementos entonces, la mayoría pertenecientes al sufrimiento, recalcan el dolor que el personaje encarna. Asimismo la sangre caída del cuerpo refuerza aquella imagen antes mencionada y grotesca del Cristo sangrante, llevada hacia lo estético a partir de la belleza que de la imagen de una anémona se desprende. El verde de la hierba simboliza la esperanza, el futuro, el azar, lo imprevisto, la mujer en promesa; todas pertenecen a una sensación de incertidumbre de quien se levanta de la muerte y deja “lo atrasado en el pasado”, para abrirse camino hacia aquello que no se sabe. Sin embargo, el símbolo más importante es el de la mujer en promesa, pues esto apunta hacia el erotismo, la unión de dos cuerpos, el amor carnal, obligado en Lawrence, de aquello que vendrá mucho más adelante.
Ya hecho el apuntalamiento de estas pistas importantes que fungen como elementos imprescindibles del cuento, la anécdota sigue y Cristo se percata de lo que lo rodea, de “[…] el mundo natural de la mañana y la tarde, por siempre inmortal, en donde él había muerto.” Y sigue andando aletargado, semiconsciente, como una sombra que pasa haciendo equilibrio sobre la cuerda que divide la vida de la muerte.
Cristo escucha un cacareo y se estremece. Ve a un gallo negro y naranja posado sobre una rama. Mira a un campesino correr entre la hierba persiguiendo al gallo. El hombre pide a Cristo que detenga al animal, a su gallo huido, y él muerto extiende el sudario que lo cubre, como un par de alas. EL gallo cae y el campesino se arroja sobre él para levantarlo, lo alza y lo aprieta contra su costado, bajo el brazo, mientras lo acaricia con la otra mano. Finalmente el campesino reacciona y queda boquiabierto ante la imagen terrible del rostro muerto, los ojos muertos, las cicatrices aterradoras en la frente de Jesús: “No temas —le dijo el hombre envuelto en el sudario—. No estoy muerto. Me bajaron demasiado pronto, así que me he levantado. No obstante, si me descubren, volverán a hacerlo.” Este diálogo es una vuelta, una torsión que transgrede por completo la historia, como historia supuestamente real y también ficticia.
Pues Cristo al negar su muerte se está transformando en un ser humano igual a cualquier otro, un hombre que cobardemente escapa de todo aquello que antes había hecho, de esa mala experiencia que fue un error y la cual no está dispuesto a repetir, no quiere sufrir su propio drama una vez más, entonces huye lleno de miedo: “[…] si me descubren, volverán a hacerlo.”, le dice al campesino. Aquí observamos claramente una gran transgresión propuesta por Lawrence, pues Cristo, además de humano abotagado de miedo, está negando toda su doctrina al aceptar que fue un error por el cual no piensa volver a sufrir; al tener tanto miedo es porque se sabe desprotegido del ser supremo, así niega a su padre y a él como hijo enviado para un fin específico, malogrado; y sin estas bases está negando el cristianismo entero, anula su propia doctrina. Y el redentor, magnánimo, sublime, se convierte en un cobarde, en un fugitivo de él mismo, de lo que él provocó al equivocarse.
Y bajo la lógica de este cuento, ¿no será que quien se apega a dicha religión es cobarde porque quien fue su redentor, la máxima del ejemplo, fue cobarde?, ¿será esto lo que Lawrence, entre líneas, propone en cuanto a los que ateridos de miedo creen en un ser supremo?, ¿pues si el hijo tuvo miedo al saberse desprotegido por el padre, yo, siguiendo su ejemplo, no debo tener también miedo del padre y entonces rendirle todo tributo para no despertar en él la ira? Tal vez preguntas al vuelo, pero todas susceptibles de pensarse ante el reto impuesto por un excelente cuento.
Podemos atisbar ya con mayor claridad el porqué el cuento lleva por título El gallo huido. Ya sabemos que el gallo simboliza la resurrección, que el adjetivo nos muestra la cobardía de quien se levanta de la muerte, y lo sabemos porque Lawrence, con maestría, junta ambos elementos en esa acción donde Jesús ayuda al campesino a atrapar al animal que quiere huir, que es un punto cumbre en el cuento y donde el mesías se muestra como un cobarde que nunca murió, que permaneció vivo como todo este tiempo lo estuvo el gallo.
Y el campesino, lleno de miedo frente a la imagen del muerto (Lawrence lo seguirá llamando así, aunque el mismo Cristo haya negado su muerte), le propone ocultarlo en su casa…
4 comentarios:
Así como el muerto viviente huye de sí mismo presa del miedo, el creyente busca huir de una realidad tangible y única, irrepetible, busca huir de la muerte y en su miedo a morir busca no morir del todo pagando así, como lo apunta Onfray, un mayor tributo de dolor y sufrimiento a la muerte. Como siempre, una espléndida entrega del autor.
Alfonso Romero.
Te felicito Mario me gusta mucho como escribes que cualquiera puede entender lo que dices y espero que tu pudieras ser el escritor permanente por que el señor Alfonso es muy rebuscado y da flojera
Jajaja, chistoso el comentario del amigo anónimo tan común en estos foros; interesante sus errores ortográficos, no me extraña que le de flojera.
Voy a platicar con Mario a ver si quiere ser escritor permanente...
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