Mario Alberto Sánchez Carbajal
Escritor - Colaborador
Escritor - Colaborador
Recuerdo que un cocodrilo llamaba a misa.
Torpes, enredados los pies infantes,
recorrí las naves dentadas.
El pensamiento sangró desgarrado,
le corrían chorros de tinta ensangrentada
y la fuerza del cauce
arrastraba el limo hacia las orillas del juicio.
Recuerdo esa carne rasposa del hombre loco,
piel de bestia y piedra pasaban por la garganta
resbalando con un ríspido trago.
Por tanta locura tuvieron que matarlo,
nadie pide un caníbal para la carne propia,
él sí y lo habían matado por eso,
me imaginaba.
El animal, también me acuerdo,
hablaba con un golpeteo de quijadas
mordiendo la esperanza para otra vida,
Recuerdo el hocico sonando el miedo.
Rodillas en el suelo se golpeaban el pecho
(eran hombres mayores
y no quería ser como ellos
cuando me crecieran sus barbas),
percutían a puños corazón sin culpa,
porque nadie es culpable
hasta no demostrarse
que dios existe.
Lloraban lágrimas de cocodrilo,
también me acuerdo
mirarlos mojarse la máscara culpable,
insanos por alguna enfermedad.
Contagio de la fiera, bien recuerdo,
que escupía la peste del demente
Es éste mi recuerdo desde aquí.
Distancia con lo enfermo
a horas eternas de sana razón, he puesto.
Y aquí estoy bien
lejos de las fauces del cocodrilo.
Torpes, enredados los pies infantes,
recorrí las naves dentadas.
El pensamiento sangró desgarrado,
le corrían chorros de tinta ensangrentada
y la fuerza del cauce
arrastraba el limo hacia las orillas del juicio.
Recuerdo esa carne rasposa del hombre loco,
piel de bestia y piedra pasaban por la garganta
resbalando con un ríspido trago.
Por tanta locura tuvieron que matarlo,
nadie pide un caníbal para la carne propia,
él sí y lo habían matado por eso,
me imaginaba.
El animal, también me acuerdo,
hablaba con un golpeteo de quijadas
mordiendo la esperanza para otra vida,
Recuerdo el hocico sonando el miedo.
Rodillas en el suelo se golpeaban el pecho
(eran hombres mayores
y no quería ser como ellos
cuando me crecieran sus barbas),
percutían a puños corazón sin culpa,
porque nadie es culpable
hasta no demostrarse
que dios existe.
Lloraban lágrimas de cocodrilo,
también me acuerdo
mirarlos mojarse la máscara culpable,
insanos por alguna enfermedad.
Contagio de la fiera, bien recuerdo,
que escupía la peste del demente
Es éste mi recuerdo desde aquí.
Distancia con lo enfermo
a horas eternas de sana razón, he puesto.
Y aquí estoy bien
lejos de las fauces del cocodrilo.
3 comentarios:
Creo que es la primera vez que nuestro entrañable colaborador participa con poesía, que es lo suyo. Saludos.
Muy interesante este poema, me recuerda un poco las épocas psicoldélicas, o tal vez un mucho. Podríamos ponerle música y Jim Morrison la hubise firmado.
¡Claro! el Rey lagarto. See you later aligator.
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