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sábado, 3 de abril de 2010

COLUMNA INVITADA


Juan Pablo
Por Sergio Sarmiento

"Mucha gente sinceramente no quiere ser santa, y es probable que algunos que logran o aspiran a la santidad nunca hayan tenido mucha tentación de ser seres humanos".

George Orwell


Ayer se cumplieron cinco años de la muerte del papa Juan Pablo II. Cuando falleció el 2 de abril de 2005 la multitud reunida en la plaza de San Pedro empezó a corear el lema "Santo subito". La exigencia era que el Vaticano procediera con rapidez a beatificar y canonizar al papa que dirigió la Iglesia Católica durante 26 años, del 16 de octubre de 1978 hasta su muerte.

Durante un tiempo pareció que el gran obstáculo para la beatificación y la canonización de Juan Pablo sería la comprobación de un milagro, requisito que el Vaticano establece para conceder estas dignidades. Otros problemas, sin embargo, están empezando a surgir. Quizá el más notable es el hecho de que durante el pontificado de Juan Pablo se registró un gran número de escándalos sexuales en la Iglesia, uno de los cuales fue el del padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo.

Puede argumentarse que el papa no tiene por qué ser responsable de las faltas personales de un sacerdote. Algunas organizaciones que buscan indemnizaciones pecuniarias, sin embargo, afirman que el Vaticano realizó un encubrimiento sistemático de las acusaciones por pederastia en contra de sacerdotes en el periodo en el que Juan Pablo fue cabeza formal de la Iglesia.

Más concreta es la acusación de que Wojtyla impidió la investigación sobre el padre Maciel. Después de que se presentaron las acusaciones en contra del fundador de la Legión de Cristo, y las víctimas y otros preguntaban por qué el Vaticano no iniciaba una investigación, la respuesta era que esto se debía a que Maciel era muy cercano al corazón del papa.

Maciel y Wojtyla se conocieron, efectivamente, décadas antes del pontificado y tuvieron una relación estrecha y afectuosa. La gran pregunta es si Juan Pablo como papa simplemente se negó a escuchar cualquier información en contra de Maciel o si, conociendo las acusaciones, prefirió ocultarlas.

Sabemos que el cardenal Joseph Ratzinger, cuando era cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el pontificado de Juan Pablo, tuvo acceso a las acusaciones y a los expedientes sobre el caso. Un año después de que llegó al papado ordenó al padre Maciel abandonar la vida pública y dedicarse a una existencia de contemplación y rezos. Inició también una investigación de la Legión de Cristo, organización que ha hecho un reconocimiento público de las faltas cometidas por Maciel.

No hay duda del carisma personal que tuvo Juan Pablo II. Su simpatía, los viajes incansables y su cercanía con la gente le dieron al pontificado un sentido que éste no ofrecía desde los tiempos de Juan XXIII. El cariño de los fieles se tradujo en la exigencia de muchos de beatificar y canonizar al papa lo antes posible.

Este proceso obliga a comprobar un milagro realizado por el candidato a la canonización. En el caso de Juan Pablo II se ha argumentado que la cura de una monja francesa del mal de Parkinson es el milagro que se busca. Pero como ocurre en todos estos casos, hay dudas muy serias de si realmente esta curación resulta un milagro. Parece ilógico que para ser santo haya que demostrar que se han violado las reglas que Dios le habría impuesto al universo.

Hoy en día, sin embargo, la gran duda sobre Juan Pablo no tiene que ver con este supuesto milagro sino con las razones que lo llevaron a evitar que se investigaran las acciones del padre Maciel cuando había un número importante de acusaciones en su contra





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1 comentario:

ovejadescarriada dijo...

Esta caterva de hombres que visten sotana me resulta cada vez más repugnante. También Ratzinger, el ex nazi y actual cabeza de la Iglesia católica conminó en una carta fechada en mayo de 2001 a los obispos de USA a encubrir los miles de casos de pederastia que habían salido a la luz, amenazando con excomulgar a quien no lo hiciera. No me sorprende tanto la hipocresía de este jerarca católico, hábito muy común entre ellos, sino la ceguera de los que lo veneran.