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domingo, 30 de mayo de 2010

COLUMNA INVITADA

Sin desperdicio este texto publicado hoy por el periódico Reforma.

El monopolio de la fe
Por Juan E. Pardinas

En cuestiones de la fe, la Iglesia Católica mexicana funcionó como un exitoso monopolio. En los últimos 100 años, la oferta de otras denominaciones religiosas no tuvo mucha penetración entre los mexicanos. En el primer Censo de Población y Vivienda en 1895, el 99.1% de la población se declaró católico. En un siglo, la hegemonía absoluta del catolicismo apenas perdió un segmento del mercado: en el censo de 1990, 89% afirmaron que sus convicciones religiosas estaban alineadas con la Iglesia de Roma. Para el censo del 2000, un 12% de los mexicanos se declararon no creyentes o devotos de otros credos.

El cambio es la peor pesadilla de un monopolio. En un mundo quieto, la hegemonía y los privilegios se pueden mantener a perpetuidad. Las revoluciones tecnológicas o las transformaciones sociales representan una amenaza para la preservación del estado de cosas. Es predecible que la Iglesia Católica mexicana se sienta intimidada por los datos del censo 2010, que comienza el día de mañana. Este esfuerzo monumental del INEGI busca tomarle el pulso a los cambios sociales y demográficos que ha vivido el país durante los últimos 10 años. En esta década se detonó el uso masivo del internet y el celular. La Ciudad de México aprobó la interrupción legal del embarazo y el matrimonio de personas del mismo sexo. Nuestros nuevos usos y costumbres se alejan de esa patria homogénea, donde la mayoría absoluta de la población sentía la obligación espiritual de comulgar en misa.

México es y seguirá siendo un país eminentemente católico, pero la Iglesia que fundó Pedro tendrá que encontrar su lugar en una sociedad más plural y compleja. El catolicismo mantendrá sus cuasimonopolios en zonas del país donde la separación de la Iglesia y el Estado es sólo una referencia en los libros de texto. El proyecto para el himno estatal de Guanajuato no sólo es una oda al chovinismo regional, sino un desafío a la herencia de las Leyes de Reforma. "Ay, mi Guanajuato, en tus potreros sigue galopando / El amor del pueblo se manifiesta en el Cura Hidalgo. Lindo Guanajuato, tus peregrinos le van rezando / Nuestro Cristo Rey es el buen pastor de este Estado santo". El inspirado autor de la letra del himno metió en la misma estrofa a Cristo Rey y al Cura Hidalgo, cuando este último murió excomulgado por la Iglesia. Para sumarse a las celebraciones del bicentenario, me parece adecuado citar los primeros renglones del acta de excomunión del Padre de la Patria:

"Por autoridad del Dios Omnipotente, El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo y de los santos cánones, y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, papas, querubines y serafines...: Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, ex-cura del pueblo de Dolores. Lo excomulgamos y anatemizamos, y de los umbrales de la iglesia del todo poderoso Dios, lo secuestramos para que pueda ser atormentado eternamente por indecibles sufrimientos...".

El corrido cristero del gobernador guanajuatense Juan Manuel Oliva vuelve a unir al Cura Hidalgo con la Iglesia que lo mandó al infierno. Al escuchar el himno de Oliva crece la deuda histórica que tiene México con el legado de Benito Juárez. Si Hidalgo es el Padre de la Patria, el Benemérito empujó al país hacia la modernidad. Tal vez la institución que más le debe al abogado oaxaqueño es la propia Iglesia Católica. El prócer de Guelatao impulsó las competencias de la autoridad civil, donde antes sólo existía la hegemonía clerical. La existencia del registro civil es la herencia más evidente del fin de este monopolio. Benito Juárez fue nuestro primer prócer a favor de la competencia. La Iglesia Católica está mejor preparada para enfrentar los desafíos del siglo XXI, gracias a las tribulaciones que padeció por las reformas del siglo XIX. Juárez modernizó a México y de paso a la institución que ostentaba el monopolio de la fe. No pido que canonicen al pastorcillo oaxaqueño, ni que organicen una verbena el día de San Benito, me bastaría con que los obispos respetaran el trabajo del INEGI, una institución clave del Estado mexicano.

ALFONSO ROMERO

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