Y Dios dijo…
Génesis
Génesis
Hacer un recorrido de veintiocho estaciones en el metro, con su respectivo transborde, es un trabajo arduo para el pensamiento y las sensaciones y los sentimientos: se pasa de un olor agradable a uno desagradable en la degradación lenta del aroma; el humor de la gente se impregna en las paredes de la nariz y permanece en la memoria olfativa; los apretones; las axilas a la altura de la cara, acercamiento inevitable al prójimo desconocido. Hasta se puede ver, incluso, el amor realizado: los amantes se despiden, se prometen verse pronto, no olvidarse, la mujer sube y le da un beso desesperado a mitad del sonido que anuncia el cierre de las puertas, el hombre se queda parado en el andén saboreando el beso efímero, la mujer, tras los cristales rayados a fuerza de esmeril, sacude lentamente la mano como si dibujara en el aire un “nos vemos pronto”, el metro avanza y él, con los pies clavados al suelo como raíces, en la inmovilidad del cuerpo y la sonrisa, es él quien se aleja, vías intermediarias, destino, miradas, seguro volverán a estar juntos, pero mientras tanto: “te extraño infinitamente”. El metro es un abanico humano, los pliegues donde se posiciona el hombre, millones de caras, diálogos que revelan las preocupaciones, felicidades y angustias de todos los que despiertan para entrar a la angostura de la cotidianidad. Sin embargo, aun después de la monotonía, siempre existe la posibilidad de la ruptura, una grieta abierta por donde asoma algo fuera de lo común.
Iba en el metro con la necesidad de escuchar a los demás, observar a los otros, la curiosidad de verme en el espejo de la especie que me corresponde; atento a las sorprendentes promociones de la piratería y las rebajas en productos indispensables o por lo menos curiosos. En San Lázaro se abrieron las puertas, subió una señora de aproximadamente sesenta años, corcovada, el cabello blanco, escaso, amarrado en una cola de caballo, un suéter rojo, roído, y una falda de poliéster gris; cojeaba un poco al caminar. Llevaba un compañero, un hombre viejo que miraba hacia el suelo todo el tiempo mientras repartía volantes impresos en tinta roja. La mujer comenzó a hablar en tono amenazante, como si quisiera culpar de algo a todos los que ocupábamos el vagón. No era la voz nasal de los vendedores, no ofrecía ningún producto sino una enseñanza espiritual: “Ojalá dios quiera, pero nadie sabe que eso dice en la Biblia, dios mediante, porque todo depende de él, por eso tenemos que acercarnos a su palabra y no honrar al diablo, porque todo depende de él, si queremos estar a su lado”, arengaba la anciana. Pensé inmediatamente que pediría dinero por el simple hecho de tener las aguas de la enajenación hasta el cuello, buen pretexto, pedir dinero poniendo a dios mediante. Pero no pidió una sola moneda.
Vaticinó el fin del mundo y el infierno para aquellos que no creyeran (de tantas veces que me lo han cantado ya hasta me dieron ganas de ir a darme una vuelta, a ver si es cierto tanta cosa que prometen). Me es imposible negar que cada quien tiene una forma distinta de ver el mundo y la manera particular de expresar creencias y hasta intentar convencer a los otros. Pero no se puede hacer esto si la fe no es más que una expresión luminosa de la ignorancia. ¿Ojalá dios quiera?, es un pleonasmo, pues el significado de dicha palabra es “si dios quiere”, y su sentido original va más allá, pues es una expresión árabe que podría traducirse como “por Alá”. Cómo se atreve alguien a fundamentar su discurso en la Biblia sin saber en realidad qué se está diciendo. Tengo la certeza de que la mujer no tenía conciencia de sus palabras, simplemente estaba reproduciendo un discurso, sin el uso de la razón como si fuera una máquina de dogmatizar. Tratar de persuadir al otro desde el desconocimiento de lo que se dice, y partir de allí para predicar la supuesta palabra de dios, es perder la valía de la palabra propia, y la palabra invalidada sí es el infierno.
Así es que sentí ganas de reír, y lo más congruente con mis sentimientos era soltar una carcajada, pero hubiese sido como refutar la postura del otro con un acto de necedad. Me contuve. Algo en la cara me delató. La anciana, tal vez avezada en cuestiones de escepticismo, se percató de algo en mi rostro y se me acercó y me cercó con sus ojos inquisitivos. Me ofreció un volante y algo de las reacciones inconscientes no me permitió aceptarlo. Confieso que fue una tontería de mi parte, pues ahora podría contarles detalladamente qué decían las letras rojas. “Ándale, tu eres joven, hay unos que ya no pueden salvarse”, musitó la anciana, estiró el brazo y esbozó una sonrisa aterradora. “No, gracias”, contesté con ganas de verme la cara que puse. Quería decirle algo, pero se me agolparon las palabras en la punta de la lengua y tuve que tragarlas de nuevo. Se abrió la puerta del metro, la señora me echó los ojos encima por última vez y bajó seguida del anciano de la cabeza caída.
Ya deteniéndome a pensar en esta escena, entendí lo risible que había sido. No desconozco acerca de los predicadores (hasta un niño), es más, sé bien de aquellos que van los domingos a temprana hora a perturbar el sueño de los que creemos en desvelarnos. Pero ¿en el metro?, ¿dios en el metro?, como si se tratara de anunciar un maestro limpio para dejar las almas rechinando de limpias. Hay quien intenta convencer con una Biblia en la mano, busca páginas y muestra las citas pertinentes, con congruencia, aunque interpretación y manipulación mediante. Pero una anciana en el metro, contradiciéndose, haciendo gala de la ignorancia y la enajenación…, porque tengo la certeza de que la mujer sólo repetía lo que le dijo otro que le dijo otro que quién sabe cómo interpretó la Biblia y así sucesivamente, una cadena de farsas, un teléfono descompuesto, una cadena infinita de reproducir lo que parece ya más un vicio que una creencia con base en fundamentos inteligentes.
Mario Sánchez
2 comentarios:
Quizá te interese saber que en Toledo (España) se va a celebrar en los próximos días el I Concilio Ateo.
Más información:
http://actualidad.terra.es/sociedad/articulo/anuncian_concilio_ateo_toledo_1947427.htm
Interesante blog.
Un saludo,
L.K.
¡Cómo va a ser! dicen nuestros compatriotas yucatecos, que no había yo leído esta entrada. Saludos Mario, el fondo y la forma son lo tuyo.
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