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miércoles, 12 de septiembre de 2007

Arrancarse la religión para ser más humano

¿A quién no lo ha sorprendido la pereza; quién no ha sentido una flojera inmensa que hace al cuerpo permanecer lánguido frente al movimiento del mundo? Tal vez nos ha sucedido en un domingo nublado en el que el cielo se ve más bajo y las nubes agonizan en su andar lento, o al día siguiente de una enorme fiesta que en la resaca dejó la voluntad necesaria para abrir los ojos, pero no para quitar el cuerpo de la cama. Es innegable que estas circunstancias traen consigo enormes momentos de ocio, horas enteras en donde el cuerpo no hace ningún esfuerzo. Y no juzgo que esto sea insano, pues a todo movimiento le corresponde su reposo. Pero es indispensable recalcar que estos hechos pertenecen simplemente a un cansancio físico pasajero o a un estado de ánimo que es la reacción frente a un día triste. El problema se presenta cuando la actitud pasiva se lleva al extremo y se convierte en un acto de la vida diaria, y es entonces cuando los músculos se atrofian y se prestan para la putrefacción.

Sin embargo, el ocio cotidiano es más grave cuando se traslada a la mente. Pues la razón no se pudre o se atrofia hasta perecer, lo que sucede con ella es que continúa viva y se convierte en un artilugio blando que sirve para ser manipulado. Montaigne decía que las mentes ociosas eran como terrenos baldíos que se poblaban de hierbas espontáneas e inútiles. Y es de las mentes ociosas de quienes la religión se aprovecha para sembrar sus verdades incuestionables, su semilla inútil de la enajenación. De esta manera, como si se tratara de una plaga que crece incontrolable, la religión se apodera hasta enajenar en su totalidad a aquel que por pereza dejó a “la buena de dios” la razón, pues finalmente es un acto de voluntad evitar la pereza. Entonces cuando se dice: “Es necesario depender de un dios”, simplemente se está diciendo: “Disculpe, pero es que tengo una mente ociosa y mucha flojera de ocupar la razón”.

Confieso que nunca he visto a algún animal (excepto al humano) hacer una metáfora, y recuerdo a un amigo que decía: Lo único que nos diferencia de los animales es la capacidad de hacer metáforas. ¿Y no es la capacidad de hacer metáforas la prueba contundente de la razón? No hablo de pensar en la poesía de Rimbaud o de Baudelaire o en la complejidad simbólica de Mallarmé, me refiero, simplemente, a esas veces que para comentar que alguien ha muerto decimos cosas como “ya chupó faros” o “se lo cargó el payaso” o “ya colgó los tenis”. Es entonces la razón la característica primordial que diferencia al hombre de los demás animales.

Por otro lado, cabe mencionar que el enajenado se beneficia del ocio mental, pues evita el esfuerzo, ya no tiene que hacer nada, simplemente dejarse llevar por una doctrina que lo único que demanda es obediencia. Por supuesto se debe de dar por hecho la existencia de dios, lo cual es otro golpe al juicio, al razonamiento, a la inteligencia, pues cuando no se cuestiona se es un animal más que sirve para ser condicionado y entrenado a conveniencia del amo. Ahora entiendo por qué se habla de “el rebaño del señor”.

A la religión no le conviene que el hombre piense y lleve a cabo su evolución. Desasirse de este yugo está en las manos de quien quiera arrancarse la religión para ser más humano, de quien quiera seguir jactándose de ser el único animal capaz de pensar. Y a propósito de la diferencia entre el hombre y cualquier otro animal:

Un par de bueyes me acompañaron
a sembrar el campo,

dejé en las entrañas de la tierra la semilla útil.


Seré más humano el día de la cosecha

y los bueyes seguirán arando.

Mario Sánchez

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